La tercerización de la economía ha implicado una increíble expansión del sector servicios y de aquellas actividades orientadas hacia el consumo más que a la producción, lo que ha hecho innecesarias las grandes tasas de natalidad que se daban en las sociedades industriales, (en España se encuentra el claro ejemplo del baby-boom de los 60), y que garantizaban la mano de obra necesaria para ocupar la demanda laboral en la industria.
Este desplazamiento de la mano de obra desde el sector industrial al terciario se reveló como resultado de la evolución hacia una economía intensiva, por lo que los cambios tecnológicos en la producción redujeron sustancialmente la necesidad de mano de obra. Como consecuencia de esto se desarrolla un nuevo período que constituye la consolidación de una sociedad consumista, por cuanto el trabajo se encuadra a partir de entonces en el mercado y en las actividades comerciales.
El desplazamiento de la mano de obra de un sector a otro entraña, al mismo tiempo, una serie de complicaciones económicas debido a que la máquina no puede sustituir al hombre en todas las esferas del trabajo, por esta razón, y unido al descenso de la natalidad, se procede a importar mano de obra barata del exterior, lo cual contribuye a mantener la estructura económica existente y su correspondiente funcionamiento.
Asimismo, se afianza y refuerza el criterio plutocrático de selección en la estructura social. Esto ocurre en la medida en que el nivel de renta unido a la capacidad de endeudamiento constituyen la fuente de ingresos precisa para acceder a los correspondientes recursos de subsistencia, lo cual automáticamente sitúa a las personas en una determinada escala social. El determinismo económico de estos factores se expresa, a largo plazo, en la capacidad de las personas para escalar posiciones en las jerarquías sociales, y en última instancia en la posibilidad de formar una familia y tener descendencia, privilegio que a día de hoy únicamente está reservado a las clases adineradas.
Sobreviven a los golpes económicos producidos por crisis y períodos de inflación y desinflación aquellos que perciben mejores rentas, o que se encuentran en un estrato sociolaboral más favorable. Es así como opera la selección dentro de la estructura social del capitalismo. Aquellos que no resisten los vaivenes económicos quedan relegados a una posición de explotados, al mismo tiempo que quedan inmersos en un proceso de paulatino empobrecimiento.
Se generan fuerzas sociales opuestas que contribuyen a generar tensiones latentes en el entramado social. En la medida en que se genera una nivelación por arriba de las clases sociales más pudientes, todo ello fruto de la concentración de la riqueza, también se desarrolla en sentido opuesto una nivelación por debajo entre las clases más desfavorecidas, lo cual contribuye a una mayor polarización social. Sin embargo, a esta coyuntura se le añade el hecho de que las clases explotadas son sometidas, además, a la desaparición física, mientras que las clases pudientes pueden permitirse una larga descendencia que garantice la conservación del patrimonio familiar, e indirectamente mantener la existencia del grupo social de pertenencia. El liberalismo ha desarrollado aquí un arma más sutil y silenciosa en la lucha de clases, trasladando este conflicto social a una dimensión biológica por la que se persigue la completa eliminación física del enemigo.
Pero todos estos fenómenos no son más que el resultado del despliegue de una lógica dialéctica que implica el enfrentamiento entre dos sujetos históricos, entre el Capital y el Trabajo, como principios antagónicos que se desarrollan respectivamente hasta su plena realización una vez el capitalismo ha alcanzado su cumbre, de tal forma que ambos sujetos dejan de ser títeres de la lógica histórica objetiva pasando a ser, entonces, sus sujetos conscientes y autónomos capaces de guiar los procesos históricos, además de proyectar y afirmar su propia voluntad autónoma.
El Trabajo, como impulso creativo y como principio positivo, representa un valor en sí mismo por su autosuficiencia al ser, al mismo tiempo, la fuerza primaria del desarrollo histórico. Por el contrario, el Capital representa el polo negativo de la historia, se caracteriza por la explotación y la alienación del Trabajo. Sus respectivas naturalezas antagónicas se desarrollan y despliegan históricamente de forma dialéctica, influenciándose recíprocamente y generando un proceso único de carácter político y económico.
El desarrollo del Trabajo contribuye al desarrollo de los modelos de explotación, de forma que el Capital, como sujeto antitético, se evidencia de manera gradual a lo largo de la historia con el perfeccionamiento de sus instrumentos de explotación. Estos dos polos de la historia económica ponen en funcionamiento el desarrollo histórico a través de la dinámica contradictoria que engendran en las relaciones de producción, terreno donde se produce la interacción de ambos sujetos y su correspondiente enfrentamiento.
El capitalismo es la fase histórica de máxima realización de ambos sujetos y en la cual se resumen todos los estadios precedentes del desarrollo histórico. Toda la coyuntura histórica termina reduciéndose a un dualismo que se define en términos absolutos, un enfrentamiento de dimensiones escatológicas. Esto es así en la medida en que ambos sujetos han tomado plena autoconciencia de sí mismos, generando respectivamente sus propias realizaciones y estructuras antagónicas, por lo que ya no existen únicamente como sustancia objetiva de la realidad, sino también como espacios ideológicos subjetivos que finalmente, en el s. XX, terminaron adoptando su más preclara expresión en el conflicto entre modelos sociales radicalmente opuestos.
La explotación que ejerce el Capital como elemento parasitario se refleja en el hecho de que el Trabajo, el cual produce siempre más de lo necesario para satisfacer las necesidades vitales, es desposeído del «plus» al que da lugar con su actividad creadora. Esta contradicción esencial entre sujetos históricos de signo antagónico se manifiesta claramente en las relaciones y formas de producción del capitalismo avanzado, en las cuales se refleja la lógica de la dialéctica materialista que conduce todo el proceso histórico.
La realidad está en permanente cambio y movimiento fruto de las contradicciones que alberga como consecuencia de la existencia de una lucha entre fuerzas opuestas. Estos conflictos entre opuestos se resuelven dialécticamente a través de síntesis superadoras, nuevos estadios en el desarrollo histórico que son el resultado de la oposición entre tesis y antítesis que alberga toda cosa o situación. A su vez, toda síntesis es portadora de nuevas contradicciones que se resuelven también dialécticamente. La realidad constituye una unidad entre opuestos que, aún estando vinculados entre sí, se excluyen mutuamente generando un desarrollo conflictivo en el que los cambios cuantitativos, habiendo llegado a un nivel crítico, dan lugar a cambios cualitativos, o lo que es lo mismo, producen un cambio de nivel superior en la realidad. Es así como se producen las transformaciones de la realidad y esta es puesta en movimiento.
«Sobreviven a los golpes económicos, producidos por crisis y períodos de inflación y desinflación, aquellos que perciben mejores rentas, o que se encuentran en un estrato sociolaboral más favorable.
ResponderEliminarEs así como opera la selección dentro de la estructura social del capitalismo. Aquellos que no resisten los vaivenes económicos quedan relegados a una posición de explotados, al mismo tiempo que quedan inmersos en un proceso de paulatino empobrecimiento.
Se generan fuerzas sociales opuestas que contribuyen a generar tensiones latentes en el entramado social.
En la medida en que se genera una nivelación por arriba de las clases sociales más pudientes, todo ello fruto de la concentración de la riqueza, también se desarrolla en sentido opuesto una nivelación por debajo entre las clases más desfavorecidas, lo cual contribuye a una mayor polarización social.
Sin embargo, a esta coyuntura se le añade el hecho de que las clases explotadas son sometidas, además, a la desaparición física, mientras que las clases pudientes pueden permitirse una larga descendencia que garantice la conservación del patrimonio familiar, e indirectamente mantener la existencia del grupo social de pertenencia.
El liberalismo ha desarrollado aquí un arma más sutil y silenciosa en la lucha de clases, trasladando este conflicto social a una dimensión biológica por la que se persigue la completa eliminación física del enemigo».
No pocos afirman que un arma de las naciones y clases empobrecidas es tener muchos hijos. Por eso la histeria malthussiana de la oligarquía capitalista.