La democracia, esa palabra grandilocuente que genera espuma en la boca de algunos ha perdido su significado, es una palabra prostituida y ahora tiene únicamente el mismo significado que cualquier adjetivo calificativo para dotar a las personas de cierto prestigio moral y social.
La democracia es el reino del hombre masa, ese hombre que no existe como sujeto particular sino como ente abstracto, como número dentro de una estadística, de una masa que está manipulada y mediatizada por los medios de comunicación y la cultura política inoculada por el poder. Ese es el hombre masa, el hombre que se deja llevar inercialmente por las corrientes políticas y de opinión implantadas por esos poderes fácticos.
En este tipo de sistema político se convierte al pueblo en masa y mercado de electores en el que todo el mundo vale lo mismo: un hombre un voto. El pueblo pierde su valor cualitativo, y este se degrada con la cantidad numérica. Se crea la ilusión a la masa de que es libre de elegir a sus propios gobernantes cuando son las plutocracias quienes deciden, siendo el proceso electoral la máscara que encubre el engaño del sistema. El poder es comprado con el dinero de los bancos, los votos no valen nada.
Los partidos políticos no son más que organizaciones subvencionadas por la banca internacional, las grandes empresas y multinacionales, el poder del dinero se sitúa por encima de la propia política determinándola, es así como utilizan a los políticos como títeres que representan sus intereses, poniéndolos a su servicio y llevando a cabo decisiones antipopulares que únicamente benefician a esas oligarquías económicas que amparan el statu quo.
Es de esta forma como el poder económico de las oligarquías financieras instrumentaliza la causa pública y los mecanismos políticos para favorecer sus conveniencias, los partidos ya carecen de ideas y de cualquier sentido de Estado, todo se limita a una mera verborrea en la que sólo existe un cruce de acusaciones, vulgaridades e insultos gratuitos, es un verdadero teatro en el que se hace creer al electorado que existen diferencias entre esos grupos mayoritarios que están financiados por los mismos poderes económicos; las únicas diferencias son coyunturales, y estas sólo se limitan al ámbito del saqueo de los bienes públicos y a la disputa por puestos dentro del Estado.
En estos tiempos existe una ecuación que refleja claramente la realidad de las cosas: Dinero = Poder. Es el dinero, y por tanto aquellos que lo poseen (banca, multinacionales, grandes empresas) lo que confiere poder, es la estructura de intereses que ha dado lugar el capitalismo en el que el poder político puede ser comprado con el dinero, pues la economía ya no está sometida ni supeditada a la voluntad política emanada del pueblo, sino que está al servicio del beneficio e interés de un grupo social. De este modo el Estado se convierte en un instrumento de dominación de clase, en el que los resortes políticos pasan a estar a disposición de los intereses de una oligarquía que gobierna para sí misma.
Los políticos, en definitiva, no son más que una vulgar representación de esos mismos intereses, pues los partidos, dentro de las democracias, se ven obligados a buscar medios de financiación que les permita tener alguna oportunidad a la hora de competir en la conquista del poder político, de ahí que acudan como hemos visto últimamente a diferentes entidades financieras, las cuales muy gustosamente aceptan darles créditos, todo a cambio de que en caso de que lleguen al poder no se olviden de la deuda y atiendan a sus exigencias. De este modo el poder económico pasa a controlar el poder político.
No hablemos ya de las cuentas bancarias de los partidos en las que se producen diferentes ingresos y donaciones anónimas, acerca de las cuales nunca se aclara su origen, como tampoco existen mecanismos reales para un control exhaustivo de semejante caja negra. Pero conociendo sus actuaciones podemos imaginarnos claramente quiénes son los que otorgan la financiación, y sobre todo cuando salen a la luz los casos de corrupción y escándalos en los que se ponen de manifiesto las deudas inmensas que han llegado a contraer con los plutócratas, a cambio de dejarles en bandeja el destino de toda una comunidad.
Las elecciones no son más que la fachada política de una dictadura a cargo de las oligarquías económicas, que además de eso sirven para conferirle legitimidad al mismo sistema que han dado lugar. Se gesta la ilusión en el pueblo de que es dueño de sí mismo, que puede decidir y que es este el que realmente manda sobre sí mismo eligiendo a sus representantes y gobernantes, pero no, no es así, tras los partidos políticos se encuentran los oscuros intereses privados de la banca, de diferentes empresas y corporaciones.
Sobre las corporaciones cabe decir algunas cosas. Esencialmente se tratan de grupos de interés que aglutinan a actores socio-económicos de un mismo ámbito profesional. Estas corporaciones son más vulgarmente conocidas como lobbys, pues forman parte de ese oscuro entramado que se encuentra tras los partidos y dirigentes políticos, ya que son los encargados de suministrar los fondos adecuados para que estos alcancen el poder y satisfagan sus prerrogativas. Son actores del escenario político que únicamente persiguen sus intereses particulares, y ahí se termina su acción, procuran mantenerse al margen de cualquier responsabilidad política derivada de sus intereses.
En todas las democracias existen estos lobbys, y estos suelen agruparse para presionar al gobierno y a los políticos de cara a satisfacer sus demandas. El ejemplo más paradigmático quizá sea el de EE.UU., en el que podemos encontrar lobbys como el armamentístico, de gran importancia y con mucha presencia en las instituciones, hasta el lobby petrolero o judío. Estas corporaciones tienen tanto poder y semejante capacidad de presión sobre los partidos, el sistema y el poder político, que pueden terminar llevando a un país a una guerra: véase el caso americano.
Pero del mismo modo que es el capital el que impone sus decisiones en el ámbito público como es en la política, también es el que determina la cultura predominante en una comunidad. El liberalismo, esa idea decimonónica fundamentada en la antropología burguesa del individualismo, ha venido a centrar las aspiraciones de las personas en lo meramente material, en la consecución del beneficio privado y en la obtención del mayor grado de utilidad posible. Lo que prima es el interés, de ahí la ausencia de ideas, por ello el propio sistema se ha visto obligado a desarrollar su cultura imperante para justificar y fundamentar la estructura vigente.
Si se parte de una concepción individualista en la cual cada individuo tiene el derecho a conseguir sus propios intereses, aunque estos vayan contra el conjunto de la comunidad, el resultado final dará lugar a una estructura de explotación y opresión. Se le otorga a cada individuo el derecho a conseguir la felicidad, la cual sólo se encuentra en el placer, en lo meramente material, y al mismo tiempo se rompen los propios lazos que lo unen con su comunidad, se le destruye como ser social y sólo existe como individuo; se da lugar de este modo al atomismo social, a ese superindividualismo que todo lo domina y que aísla a la persona del resto, y en el que la felicidad de uno es tan legítima como la de otro tanto como su libertad para obtenerla.
Del mismo modo que las oligarquías financieras y económicas controlan los partidos políticos y sus dirigentes, son conscientes de que la segunda fuente de poder más importante en el mundo moderno, aparte del dinero, es la información. La información es poder, se ha venido diciendo desde el Imperio romano, y mucho de cierto hay en ello, hasta tal punto que esas oligarquías son las que por medio del dinero se encargan de controlar los medios de comunicación, y utilizarlos así como difusores y amplificadores de su cultura política.
La clase social dominante desarrolla su propia cultura, es portadora de una mentalidad que pretende hacer universal para el resto de ciudadanos, es así como mantiene el orden establecido y un estado de cosas. Los medios de comunicación son la maquinaría empleada con esta finalidad, difunden una cultura acorde con las apetencias del poder económico, por lo que el poder informativo se supedita a las apetencias de estas oligarquías.
Esto lo percibimos en cualquier medio de comunicación común, todos ellos son empresas privadas constituidas como sociedades anónimas y entre las cuales se encuentran como mayores accionistas banqueros, multinacionales, etc. Son estas entidades las que financian a dichos medios, y estos últimos son los que siguen a pies juntillas las directrices de sus benefactores, diciendo en todo momento lo que les convenga en función de sus intereses.
A esto se le suma la policía del pensamiento, se establecen unos parámetros culturales e ideológicos que se estiman como correctos, que son precisamente aquellos que se han inoculado en la masa para hacer aceptable el estado de cosas. De este modo quien salga de esos límites es directamente, ya no sólo desterrado de cualquier publicidad, sino totalmente perseguido y reprimido. El modelo cultural impuesto se establece como incuestionable e indiscutible, algo que debe permanecer pase lo que pase, y aquellos que tengan la más mínima tentativa de hacer lo contrario o que simplemente se pongan en cuestión la situación de las cosas son u omitidos de la vida pública, o simplemente encarcelados y borrados del mapa para impedir que atenten contra los intereses de la sinarquía.
En definitiva, las oligarquías económicas tienen en sus manos el monopolio del dinero a través del cual controlan el poder político e informativo. El control de las masas es enorme: radio, prensa y televisión hacen posible que todo el mundo y al mismo tiempo reciba la misma información que esos poderes fácticos desean hacer llegar al público, generando así las diferentes corrientes de opinión, difundiendo su particular mentalidad individualista y materialista, y empleando diferentes sutilezas psicológicas para manipular a la población. Conviene más que estén distraídos con nimiedades mientras lo esencial, lo importante, se mantiene lejos del centro de atención. Interesa más que una maraña de contradicciones, de intoxicación informativa y de estupideces entretengan al pueblo llano con discusiones y enfrentamientos sin sentido alguno, antes que en el rebaño haya alguien que comience a pensar por sí mismo.
“En el seno del gris rebaño se esconden lobos, es decir, personas que continúan sabiendo lo que es la libertad. Y esos lobos no son sólo fuertes en sí mismos: también existe el peligro de que contagien sus atributos a la masa, cuando amanezca un mal día, de modo que el rebaño se convierta en horda. Tal es la pesadilla que no deja dormir tranquilos a los que tienen el poder.” Ernst Jünger
Publicado en la desaparecida Revista de formación, arte y cultura ESPARTA Nº2 2006